viernes, 22 de agosto de 2008

Un burkha con lentejuelas

No uno sino muchos. Este año en Yemen se llevan los burkhas con lentejuelas. Los velos de Channel o de Dior siempre serán un clásico pero ahora la mayoría prefieren las tachuelas. Os preguntaréis qué demonios hacemos en un país así. Ahorrarnos 200 euros por cabeza. El vuelo Addis Abeba–El Cairo salía mucho más barato si hacíamos escala en Sana’a, la capital de Yemen y aquí estamos. No hemos salido del Aeropuerto pero tres horas de espera nos han dado para mucho.


Sólo conocemos a una persona que haya estado en Yemen y, según ella, es el mejor viaje que ha hecho nunca. Y no lo dice cualquiera. Menchu, la hermana de Oscar, y su marido Carlos llevan unos cuantos visados encima y todavía más vacunas. Si tuviéramos más días, nos quedaríamos para visitar los famosos rascacielos del desierto del siglo XVI. O el barrio antiguo de Sana’a, perfectamente conservado desde hace 1000 años. O incluso alguna de sus islas con cientos de especies autóctonas, entre ellas el Dragon Blood Tree, un árbol muy parecido en forma y nombre -demasiado quizás- al Drago canario.

Lástima no tener tiempo para visitar todo esto, aunque el espectáculo desde la sala de embarque es para no olvidarlo. Delante nuestro tenemos a dos mujeres que podrían ser el mismísimo Bin Laden camuflado, porque no podemos verles ni un centímetro de su piel. Llevan el rostro cubierto con burkha y unos guantes más largos que los de Hilda les suben por el brazo desapareciendo debajo de una túnica negra. Por suerte son la excepción. El resto, al menos, pueden lucir los ojos, pintados y repintados con tanto esmero que en realidad parecen bailarinas de cabaret disfrazadas para poder pasar la frontera. Quim y Eva ya nos contaron que en Turquía, las mismas mujeres que de día iban bien cubiertas y tapadas, de noche y en privado lucían shorts y tops, bailando como si fueran las mejores gogo girls de Pacha Ibiza. No me imagino a ninguna de nuestras vecinas dándole a la cadera pero la verdad es que, al levantarse, hemos visto cómo por debajo del hábito les asomaban tejanos de marca con forma de campana. Si les añadís la Pepsi con pajita que llevaban para beber por debajo del velo, entenderéis la cara de confusión con la que nos hemos quedado.

Para rematarlo, al leer el Yemen Observer descubrimos que hace tiempo que disponen de una Asociación de Mujeres, la misma que ayer presentó una reclamación al Parlamento para que se anule una fatwa que diferentes imanes acaban de proclamar prohibiendo la participación de cualquier fémina en la vida política. Una fatwa es algo así como una epístola o carta pastoral pero con muchísimo más poder coercitivo de lo que tendría en nuestra sociedad. La polémica decisión de su Presidente para que en las próximas elecciones un mínimo del 15% de parlamentarios sean mujeres es la causante de todo este revuelo.

No somos observadores de la ONU pero nos jugamos nuestro pasaporte a que, desde ahora hasta entonces, la cosa andará movidita por Yemen. Eso si alguna vez dejó de estarlo. Y no lo decimos por los helicópteros militares abatidos que hemos visto al aterrizar o los cazas escondidos en hangares camuflados y dispersados asimétricamente alrededor del aeropuerto. No. Tan sólo hay que ver el nombre de su Banco Nacional: Bank of Reconstruction and Development of Yemen. Y si con eso no es suficiente, el escuadrón de guerrilleros que se pasea por el aeropuerto como Pedro por su casa, nos ha dejado claro que por aquí las cosas se arreglan por la vía rápida. Cinco o seis hombres de 30 a 40 años, con tejanos, botas y camiseta, marcando musculitos y con petates iguales pero sin insignia ni marca alguna. Sus tarjetas de embarque son diferentes al resto y en uno de sus portátiles, por descuido, podemos entrever una foto que lo explica todo y nada a la vez. Un grupo de soldados posando para la cámara, con el famoso fusil soviético AK33 colgado del cuello y alguna que otra Beretta en la mano, algunos vestidos de militares, otros simplemente de sport.

Pero estos parecen ser los buenos. Los malos, nos cuentan, son los que andan por el norte fastidiando desde hace meses. El gobierno alardea de que todo está bajo control y como muestra un botón: la principal carretera del país ya está abierta. Como si fuera lo más normal del mundo que estuviera cerrada. Tanto que, cuando despegamos al cabo de un rato, damos gracias porque a Israel no se le haya ocurrido atacar las instalaciones nucleares de Irán mientras hacíamos escala en Yemen. A Belén nunca le gustó la Pepsi con pajita. Y mucho menos ver el mundo a través de un velo. Por muchas lentejuelas que lleve.

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