miércoles, 30 de julio de 2008

La piel de Africa




Arusha es una pequeña ciudad en el norte de Tanzania. Desde aquí salen todos los safaris que van al Lago Manyara, Serengeti, Ngorongoro e incluso al Parque Tarangire, el paraíso de las moscas Tse Tse. Un par de ellas picaron a Belén y, casualidad o no, se pasó todo el día durmiendo. También desde Arusha puedes cruzar fácilmente la frontera para ir a Kenya. 35 dólares. Ese es el precio del autobús de lujo que en 7 horas te deja en Nairobi. Aunque de lujo sólo tiene eso, el precio. Y para los cuatro blancos que somos. Para el resto hasta abarrotar la guagua debe costar la mitad o mucho menos.


Pero no nos quejamos porque, al menos, aquí cada uno tiene su butaca, aunque algunos vayan sentados en medio del pasillo y sin respaldo. Nosotros, para variar, tenemos suerte. Hemos encontrado un hueco en la última fila, al lado de un matrimonio indio con un par de niños durmiendo en su regazo, aunque al cabo de 5 minutos también lo hacen en el nuestro. Delante viaja un hombre de negocios de color chocolate que no para de hablar por el móvil cuando no molesta a sus vecinos, una pareja de musulmanes que se esconden detrás de unas gafas de sol tipo mosca. En el otro banco, un par de negros zumbones y más lejos una negrita con un pelo tan trenzado que nos duele la cabeza sólo de mirarla. En medio de todos, un tío enorme con un pequeño birrete, embutido en una túnica que ni Denis Ruso en su mejor época.

Africa tiene muchas pieles y de todos los colores. Por algunas de ellas, en otros siglos, se llegaron a pagar auténticas fortunas, aunque normalmente eran de animales exóticos. La de los negros, para qué engañarnos, iba bien barata. Según las crónicas de un negociante genovés del siglo XVI, su precio en Africa era de 50 escudos. Súmale 150 por cabeza para llevarlos hasta América y te da un total de 200. Si se tiene en cuenta que una tercera parte morían por el camino, el coste final por cada esclavo que llegaba vivo al Nuevo Mundo era de 300 escudos. Si había suerte, podías sacar 400 en el mercado, así que la rentabilidad era del 33% en apenas un par de meses. No estaba nada mal.

En el siglo XX, la cosa mejoró mucho y con la independencia todavía más. Entonces la piel de las personas ya no tenía precio. Tan poco valía que en apenas unas décadas, millones y millones de africanos murieron. De hambre, de sida, machacados por la malaria o por otras enfermedades, esclavizados por blancos o por sus propios vecinos, por pertenecer a un partido político o a una tribu diferente, por protestar o simplemente por hablar, torturados, apaleados, fusilados, con machetes o a navajazos. En el Congo, en Nigeria, en Rodhesia, en Sudáfrica, en Etiopía, en Ruanda, en Algeria, en tantos sitios y de tantas formas que nos haría falta un blog entero para poderlo explicar.

Pero no os penséis que todo esto es agua pasada. Hace apenas una semana, justo al irnos de Zimbawe, el Presidente Mugabe con 80 tacos a cuestas volvió a ganar las elecciones para poder gobernar 40 años seguidos. Su máximo rival tuvo que abandonar la carrera presidencial unos días antes. Tenía una buena razón. En quince días 90 miembros de su partido habían sido asesinados y su vicepresidente detenido y acusado de traición a la patria, delito por el que le pueden condenar a muerte. Ahora estamos en Kenya, donde hace cinco meses, después de unas controvertidas elecciones, se desató una ola de violencia que dejó 1500 muertos en la cuneta. Extrañamente, los líderes de los dos partidos entre los que se dieron caza, ahora se reparten el pastel. Uno es el Presidente y otro el Primer Ministro. Y así podríamos seguir hablando de Nigeria y la explotación de los pueblos que viven al lado de los pozos petrolíferos, Somaliland y su grito de auxilio para poder independizarse de Somalia, Eritrea y su ataque a Dubjoi para dominar un puerto clave en el Mar Rojo, Sudán y su precario acuerdo de paz entre el Norte musulmán y el sur Cristiano con su presidente acusado y condenado por el tribunal internacional de realizar un genocidio en Darfur, etc, etc, etc.

En Africa siguen existiendo tantos ejemplos de explotación y violación que muy pocos darían ni un duro por su piel. Nosotros, en cambio, la admiramos más que nunca. Primero porque tiene que ser muy dura para aguantar todo esto y seguir estando tan viva. Y segundo porque dicen que aquí, cerca de los caminos que estamos cruzando con este autobús, en algún sitio entre Tanzania y Kenya, un mono caminó por primera vez erguido para acabar siendo humano. Así que no me jodas que si un día pudimos dejar de ser unos animales, no podremos librarnos ahora y para siempre de todas estas bestias.

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