miércoles, 30 de julio de 2008

En Vespa por Zanzíbar

En cualquier viaje organizado que se precie, después de ir a Tanzania, te pasean un par de días por la paradisíaca isla de Zanzíbar. Allí siguen notándose las clases. A los ricos en Luna de Miel se los llevan a spas de lujo en coches con aire acondicionado. A los del camping, en cambio, los amontonan en una furgoneta y los sueltan en las cabañas cutres que hay al lado. Al fin y al cabo, el mar no hace distinciones y tiene el mismo color para unos que para otros, así que tampoco está tan mal. Eso sí, todos llegan en avión. Nosotros, sin embargo, en un ataque de integración no sólo venimos con el ferry local dándonos bandazos y codazos con todas las razas del mundo sino que, en vez de tumbarnos tranquilamente en una hamaca, nos alquilamos una vespa para recorrer el paraíso de arriba abajo.


Zanzíbar está situada frente a Tanganika, nación con la que, a pesar de tener poco en común, decidieron unirse hace un par de décadas para formar Tanzania. De hecho, aunque se muestran al mundo como si fueran un solo país, siguen siendo dos pueblos bien diferentes cada uno con su propio Parlamento y Gobierno. La capital también se llama Zanzíbar aunque todos la conocen como Stonetown, la Ciudad de Piedra. Su joya es un pequeño barrio de callejuelas, con palacetes apenas reconocibles pero famosos por estar construidos con piedras de coral. Sus paredes son tan porosas que dejan pasar el aire, manteniéndose frescos a pesar del calor tropical. Pero eso es de muros para adentro. Fuera en las calles la ciudad da asco. Los suelos están llenos de mierda mientras la gente local se recuesta en los portales sin hacer nada más que perseguir a los turistas con el “jambo, jambo” de las narices.

Parece mentira que nadie, ni la propia experiencia, les haya enseñado que el acoso es la peor de las fórmulas comerciales. Si la mitad de energía que gastan en agobiarnos la dedicaran a limpiar las calles y encalar las casas, tendrían una ciudad encantadora, en la que la gente tendría ganas de quedarse más días y gastarse más dólares. Pero no, los tíos más quietos que un león tumbado al sol, que ya es decir. Y la escena no es nueva, la hemos vivido en un montón de sitios, aunque es curioso que siempre fuera donde había indios o musulmanes por en medio, o incluso los dos como en Zanzíbar. Aunque es verdad que también lo hemos visto en otros países del Africa negra. Su excusa es impagable. De los despojos humanos viven otros animales porque la naturaleza siempre lo aprovecha todo. Por tanto, si dejamos de tirarlos, estaremos rompiendo la cadena de alimentación. O en otras palabras, echar la mierda por la ventana para ellos es el sumum de la ecología.

Desde Occidente podríamos hacer dos cosas. Mirar para otro lado con eso de que “es su cultura y no tenemos derecho a juzgarla”, argumento utilizado por muchos para justificar la poligamia y otras barbaridades, o se lo decimos bien clarito aunque nos pongan mala cara. Pues bien, no sólo nos hacemos los suecos sino que encima les vamos regalando títulos de Patrimonio de la Humanidad como hizo la UNESCO con Zanzíbar. Si por mí fuera, se lo quitaba ahora mismo. Por guarros. A ver si entonces se espabilan y la cuidan como Dios, Alah o Visnú mande. Y el día que lo hagan seré el primero en votarlos. Más que nada porque aquí nació el rey. O mejor, la Reina. The Queen. Freddy Mercury. Hijo de parsis, pertenecía a una casta de indios descendientes de antiguos persas, con costumbres todavía más estrambóticas que los disfraces del cantante. Por ejemplo, a los cadáveres de los suyos, en vez de enterrarlos o cremarlos, los exponen al sol en el techo de sus casas para que los cuervos se los coman. Si hacen esto con la gente que quieren, imaginaros con el tetrabrik o la bolsa de plástico. Pues al suelo y que se lo coman las ratas. Hakuna matata y que limpie otro que, si la UNESCO nos ha dado un premio, tampoco lo estaremos haciendo tan mal.

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