miércoles, 14 de mayo de 2008

Un Tintín revolucionario

Ya llevamos 8 meses de viaje y por el camino, una y otra vez, nos hemos encontrado con los mismos personajes. Cuatro viajeros de renombre que se ganaron la fama a pulso. Igual que nosotros dieron la vuelta al mundo, alguno incluso en más de una ocasión. A pesar de compartir ruta con ellos, no pudimos intimar con ninguno, entre otras cosas, porque todos están más muertos que vivos. Dos marinos, un pirata y un científico. El Capitán Cook, descubridor de Oceanía y de cientos de islas del Pacífico. El Capitán Cousteau y la tripulación del Calypso, pioneros del buceo en medio mundo. El corsario Drake, con sietes aros en su oreja ganados por cada mar en el que navegó. Y el naturalista Darwin, persiguiendo a la evolución de islote en islote, haciendo de los cinco continentes su único laboratorio.

No ha habido país o sitio por el que hayamos pasado donde no nos hablasen de algunos de ellos, cuando no de todos. Sus biografías son aventuras tan alucinantes que puestas en una película las tomaríamos por falsas y exageradas. A pesar de ello, lo admitimos, nunca antes les habíamos dado ninguna importancia. Ni a ellos ni a otras personas, acontecimientos o lugares que habíamos oído mencionar decenas de veces pero a los que, en realidad, no habíamos prestado la menor atención. Sucesos que creíamos conocer y hechos que desconocíamos. Personajes que nos han dejado maravillados y personajillos que nos han asqueado. Nombres, fechas, ciudades que dábamos por sabidos pero que en realidad hemos descubierto durante el viaje. Para bien o para mal, ahora ya son parte de nuestra vuelta al mundo pero, por encima de todos, hay uno que se ha ganado un puesto especial en nuestro corazón de viajeros. Ernesto “Che” Guevara.

Antes, cuando veíamos el retrato del Che, pensábamos en un mito muerto o en un hippy militar, en un tatuaje cutre o en una camiseta de mercadillo, en unos diarios o en una motocicleta. Ahora ya no. Ahora conocemos su verdadera historia y, por eso, siempre le rendiremos homenaje. Un hombre con corazón de niño al que sus ideales le empujaron a seguir a un soñador llamado Fidel, para liberar a un país que ni siquiera era el suyo. Con una barca que apenas flotaba, 80 revolucionarios invadiendo una isla con 80.000 soldados. Nunca antes se había ganado una guerra tan desigual pero tampoco nadie había contado en sus filas con el Che. Aquel médico argentino que creó Radio Rebelde para emitir mensajes revolucionarios que provocaron que la Revolución, más que una guerra, fuera un trasvase de continuas deserciones en una sola dirección, hasta estar todos en el mismo bando. Un universitario envestido de Comandante que, a pesar de su asma, de día lideraba a la tropa y de noche les servía como médico, a los suyos y a los otros, sin distinción ni descanso.

El mismo Che que siendo Ministro de Industria y Presidente del Banco Cubano, representante de su nueva tierra en la ONU y héroe en las calles de medio mundo, no pudo soportar la idea de que otros pueblos estuvieran oprimidos y lo dejó todo para irse a liberarlos. Como si fuera el protagonista de un cómic, un Tintín revolucionario en un mundo de papel donde las balas no matan, se fue de historieta en historieta, de país en país, hasta encontrar una viñeta envenenada en una Bolivia tan pobre que ni siquiera supo reconocer al héroe que el destino le había enviado.

Asesinado a sangre fría sin juicio ni defensa por los mismos soldados que lo detuvieron, fue mostrado al mundo como si fuera un trofeo de caza. Aquel día los Pinochet, Videla, Noriega, Somoza, Stroessner, las Juntas Militares, los Escuadrones de la Muerte y otros tantos lo celebraron brindando porque les habían dejado el camino libre para sembrar América de terror y desaparecidos. Pero el Che no hubiera dejado que esto pasara. El Che habría tomado la Plaza de Mayo o se habría subido al monte. Lo que fuera con tal de acabar con ellos. Y, generoso como siempre, lo habría hecho a cambio de su vida. El Che era así. Todo o nada. Patria o muerte.


Fragmentos de la carta pública de despedida del Che para Fidel:

“…Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos… En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté…

Que no dejo a mi mujer y mis hijos nada material y no me apena; me alegro que sea así. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse. Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo pero siento que son innecesarias…

Hasta la victoria siempre. ¡Patria o muerte!”


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