jueves, 20 de diciembre de 2007

Australia o la Isla del Terror





Cuando uno compra los billetes para Australia se imagina que eso será como Portaventura, atracciones por aquí y aborígenes por allá, pero un país entero de arriba abajo. Con un montón de canguros dando botes y algún que otro freaky vestido de Indiana Jones, metiendo la cabeza dentro de la dentadura de un cocodrilo, al estilo de los antiguos domadores de leones. Y eso sí, mucha cerveza, de la rubia y de la buena.

El estereotipo no dura ni una hora. Lo justo para ver un par de canguros cruzar la carretera y soltar unos cuantos “ooohhhs”. A partir de entonces, todo es como una película de terror. Si Disneylandia es el Parque de Atracciones para los niños buenos, Australia es el de los malos. Y a decir verdad, lo son. Los malos de la película me refiero. Todos son descendientes de convictos ingleses a los que se les conmutó la pena a cambio de disfrazarse de colonos. Y bien que lo intentaron. Con ganas y con balas, porque a base de ellas se cargaron a cualquier bicho que andase a dos patas. Moreno y con boomerang para más señas. Lo jodido es que han hecho creer al resto del mundo que los aborígenes eran hombres del desierto. Y claro que lo son. Los pocos que dejaron con vida, porque la mayoría vivían en las playas paradisíacas donde ahora se apalancan ellos con sus apartamentos, que por no ser no son ni bonitos.

Y es que no dan para más. Ingleses y de baja estofa. No querías caldo, pues toma dos tazas. Lo suyo, idioma incluido, tiene que valer en todo el mundo. Lo de los demás no sirve ni para tirarlo. ¿Necesitas una medicina cualquiera? A pagar para que un doctor de los suyos te haga una receta. ¿Quieres alquiler una barca? A sacarte su licencia porque la europea no vale un pimiento. ¿Pides explicaciones cuando te ponen una multa? A callarte o te encierran por saber hablar sin masticar las palabras como hacen ellos. ¿Intentas chapurrear inglés? Apechuga si no te entienden porque ni se inmutarán y si les pides que hablen más despacio, te mirarán con cara de “what the fuck is this about”. Siempre, desde luego, con su “bloody accent”, pronunciando todas las vocales como si fueran As para ponértelo más difícil. G'day mate. Pero bueno, menos el acento, nada nuevo si habéis estado en UK. Por algo conducen todos por la izquierda y por algo el Euro lo tienen de adorno.

Me despisté. Iba a hablaros de la Isla del Terror y me fui a la Cámara de las Torturas. Y es que uno no puede dar dos pasos en Australia sin encontrarse con un cartel que le dispare la adrenalina. Cuando no son cocodrilos, son tiburones como los que fotografiamos en la Gran Barrera de Coral. Y si los bichos grandes no te asustan, también tienes de pequeños. Desde las sanguijuelas que se nos pegaron en la piel hasta las medusas venenosas por las que no te dejan meter en el agua. Sin contar las moscas cojoneras que a cientos se nos metían por las orejas y por las narices. Lo dicho, como un gran Parque de Atracciones, pero de los auténticos. Todo de verdad verdadera y nada de anuncios. Divertidísimo, os lo prometo, si vienes sólo dos semanas. Si tuvieras que vivir aquí, igual acabas como ellos. Con un deje antipático de cuidado. O quizás sea por la civilización que nos ha vuelto a todos un poco bordes comparados con los del Tercer Mundo. Allí nos trataron de fábula. Aquí, como no comen de nosotros, no nos dan ni el pan ni las gracias. Pero no hace falta. Hasta con ésas, Australia sigue siendo una maravilla de mundo, porque lo de país se le queda corto a alguien que tiene desiertos, bosques tropicales, islas salvajes, playas paradisíacas, y así sin parar hasta tener más Parques Naturales que ningún otro sitio en el planeta.

Y todavía nos queda ver el sur. Sydney y Melbourne. Dicen que son ciudades gemelas de Barcelona. No espero menos cuando los amigos que tengo por allí son gente encantadora. Ramin, Mark y Phillip. Y para acabar la Isla de Tasmania, que suena como si fuera la Isla del Dr Moreau. A ver si tenemos suerte y vemos algunas de sus criaturas. O aunque sólo fuera oírlas por la noche. Terrorífico. Como toda la isla...






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