sábado, 2 de febrero de 2008

Santiago en blanco y negro


No sé si por ahí todavía se andarán con Cuéntame. Si ya se acabó y se quedaron con ganas de ver más, vénganse para Santiago. De Chile, para más señas. Acá se sentirán como en la España de TVE. Cuando sólo había una. Todo en blanco y negro. O mejor, en sepia. Porque en el aire hay una bruma continua que le da a todo ese color. No sé si es contaminación, niebla o polvo, o una mezcla de todos ellos, pero uno tiene la impresión de estar viendo el país como a través de un filtro naranja que lo envejece todo.

En las plazas todavía puedes encontrarte con limpiabotas, uno poco modernizados eso sí, porque andan con butacas con publicidad, pero así y todo parecen sacados de otra época. Como los taxistas, algunos de los cuales todavía visten con corbata y chaleco de lana por encima, con esa cara de buena persona de los jubilados de antes. Por eso te extraña tanta publicidad de los Derechos del Niño y de UNICEF, aunque a uno le suene que esas historias para no dormir también pasaron en otras partes y en otros siglos. En realidad, mires donde mires, todo tiene ese aire de conocido pero pasado. Las tiendas, los bares, incluso el corte de traje de los hombres o los autos con alarma, barra y cadena. Entonces es cuando cierras los ojos para ver si todo es un mal sueño y empiezas a oír una música. Barrio Sésamo. Y, de fondo, Like a Virgin de Madonna, ahogada ahora por el radiocassete de un coche sin aire acondicionado que pasa a toda pastilla, con Tina Turner y su Mad Max rompiendo sin piedad los altavoces Pioneer. Asustado, te metes en el primer café que encuentras para ver si es tu cansancio o la sed, o ambos, los que te están jugando una mala pasada. Solo entrar, observas en la barra a tres o cuatro ejecutivos con camisa blanca impecable y, por un momento, piensas que estás a salvo. Pero entonces les oyes hablar y te das cuenta que son expatriados del Banco de Santader, dueño y señor de Chile, mientras alrededor suyo todo vuelve a tomar ese aire casposillo del Madrí de los 70s. Peor incluso, porque las camareras parecen azafatas de bingo, con trajes bien arrapados al cuerpo y con pechugas de las grandes desafiando la gravedad.

Entonces agarras y sales despavorido, corriendo hacia el primer kioskillo para ver la fecha de hoy en los periódicos y estar seguro de que el avión que te trajo aquí desde Isla de Pascua no fue maldecido por alguno de sus espíritus Aku-Aku y entró en un túnel del tiempo. 27 de Enero del 2008. Por un instante respiras tranquilo pero cuando miras con calma las portadas, todo te vuelve a resultar extrañamente pasado. Fotos de mujeres semidesnudas en los semanarios de política, noticias que parecen sacadas de El Caso y titulares con ese estilo periodístico de antes que se comía los artículos y, de paso, las ganas de leértelo (“Mapuche cesa huelga de hambre” o “Odio crece contra Pokemones”, las dos, cabeceras auténticas de esta misma mañana).

Sólo tienes dos opciones. Una es pedir asilo en una de las múltiples iglesias pero, cuando entras, ves que está a rebosar de gente, muchos de ellos jóvenes, algo que no sucede desde hace demasiado tiempo por tu tierra, así que piensas que ellos también están poseídos por la maldición. Ahora la única alternativa que te queda es entender qué pasó por aquí. Como uno colecciona libros y, a veces, incluso los lee, entramos en una librería y les pedimos uno de esos de Historia. Y nos sacan la autobiografía de Pinochet. Cinco tomos a cuál más gordo. La foto del General os la podéis imaginar. Su parecido con Franco no deja de ser curioso, igual que el amplio apoyo que ambos tuvieron en sus países. Si en la península todavía andamos con las dos Españas, mucho me temo que aquí también tienen los dos Chiles. Hasta en eso parecen haber copiado a la madre-patria. Eso sí, siempre con 20 años de retraso. Por eso, ya va siendo hora de que a alguno de ellos se le ocurra leer la prensa de hoy en Madrid, para saber que les pasará mañana allí y así ahorrarse algún susto por el camino. Nosotros, aprovechando que hemos viajado al pasado, nos vamos al Mercado Central a comernos unas machas con parmesano o un buen caldo. De los de antes, claro.

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