viernes, 11 de enero de 2008

Navidades en las Antípodas

Zaaasss! No nos hemos ni enterado y ya han pasado las Navidades. Y con ellas una tercera parte de nuestro viaje. Estando fuera de casa es difícil decir que han sido las mejores de nuestra vida pero seguro que sí las más diferentes. El 24 cenamos en un japonés-fashionetti en Darling Harbour, uno de los puertos de Sydney, aunque tengo que reconocer que no fue una de nuestras mejores noches. Tampoco mejoró con los mojitos de después y menos todavía cuando dos borrachas, disfrazadas con gorritos de Papa Noel, me entraron sin comerlo ni beberlo. Belén se moría de la risa pero yo, nada acostumbrado a estas suertes, no sabía como explicarles que por casa lo que se lleva son los Reyes aunque seamos republicanos. La comida de Navidad la pasamos en un café internet pero valió la pena porque asistimos, en riguroso directo-virtual, a la ceremonia de entrega de regalos de la familia Cañete-Abengochea de Nochebuena. Cosas de la ciencia y de las 12 horas de diferencia horaria. El hombre habrá llegado a la Luna pero las conexiones telefónicas se quedaron a medio camino porque acabamos tecleando nuestros comentarios, pero al menos con el rebote del satélite tuvimos el doble de risas.

Lo mejor, el 31 de Diciembre. Los “sydnies” se apalancan desde el mediodía en los parques y playas alrededor de Harbour Bridge, para poder conseguir un buen sitio para ver los fuegos artificiales. El picnic más grande y más largo del mundo. Más de 1 millón de personas en la calle durante 10 horas, todo para ver unas cuantas luces en el cielo. Fue como estar en medio del desierto de Nuevo México esperando un avistamiento de ovnis rodeados de una panda de freakies, alguno con pinta de haber sido abducido ya un par de veces. Hay que ver las cosas que uno hace cuando está de vacaciones porque en la Plaza Catalunya ni por el doble de petardos habríamos aguantado la mitad de tiempo pero estuvo divertido. Sólo empezar el nuevo año ya cambiamos de país y, para acabar la semana, el día de Reyes nos regalamos un trekking de 7 horas entre cráteres y volcanes todavía humeantes. New Zealand tiene estas cosas. Volvimos con las manos vacías pero con los pies llenos de ampollas ¡y bien contentos que íbamos!

Así que ya veis, os podría engañar pero un poquito de morriña sí que hemos tenido estos días. Hemos intentado disimularlo, casi sin hablarlo entre nosotros, pero hay que tener unas espaldas muy anchas para no echar de menos a la familia en Navidad. Pero, en todo caso, las penas con pan son menos pena, y más si van con Nocilla. Y las nuestras rebosan de pocholate, para qué mentiros. Os decía que ya llevamos una tercera parte del viaje. 115 días en los que hemos dormido en 61 ciudades de todo tipo, pueblos que nunca olvidaremos y pueblos con nombres impronunciables que ya hemos olvidado, en apartamentos de lujo en áticos de rascacielos y en cuartos oscuros con compañía desconocida, al cubierto en parques naturales y al raso en desiertos, en cabañas en la playa y en refugios a 4000 metros de altura, en barcos con ratas y en trenes con desalmados, en aviones de low cost y en autobuses nocturnos y, cuando faltaba todo lo demás, incluso en algún que otro coche en cualquier parking con vistas al mar. En total, 14 países diferentes entre Asia y Oceanía y todavía nos quedan América y Africa. Dentro de nada, doblaremos a Willy Fog en número de días. Y si la cosa sigue igual de entretenida, también lo haremos en aventuras. Nadie nos va dedicar un libro como a él, pero para el próximo año les hemos pedido a los Reyes unas tapas que las páginas ya las pondremos nosotros.


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