domingo, 4 de noviembre de 2007

Mao: man, not god. Dalai Lama: god, not man.

Mao: un hombre, no dios. Dalai Lama: dios, no un hombre.

Lo primero es el claim “genial” con que el Partido Comunista o su departamento de Marketing, que lo tienen y de los buenos, intenta limpiar la cara del régimen asumiendo los pecados de su líder, a la vez que lo disculpan. En otras palabras, nos venden la película de que era un tipo extraordinario, casi divino pero que, como todo hijo de vecino (por algo son comunistas y, por tanto, todos iguales), también se equivocó a veces. No te fastidia. Que se lo digan a los tibetanos, a los mongoles, a los presos políticos, a los condenados a muerte,…

Lo segundo es una evidencia para los budistas. Por algo al Dalai Lama le llaman el “living-god”, el dios vivo. Según él mismo, es la 13ª reencarnación de un buda del siglo XV. El primer Buda fue el que conocemos como tal pero después le siguieron otros, más que nunca, iluminados (Buda, significa iluminado, el que ha visto el camino). Uno de ellos fue el primer Dalai Lama. Al cambio cristiano, serían los santos y entre ellos el más santo de todos, el Papa o, en este caso, Dalai Lama.

Pero yo les cambiaba el título ahora mismo. El primero por un “Mao: hombre, dios o un pedazo hijo de la gran puta”. Aunque su madre, budista para más inri, no tuviera ninguna culpa de la bestia fría y desquiciada que le salió por hijo por mucho que sus ideales de “compartirlo todo” y “el poder es del pueblo” fueran muy loables. El problema fue cuando del “todos iguales” pasaron al “todos iguales a mí por narices”, tan iguales que al final tampoco pasa nada si por el camino pierdes a unos cuantos. Eso sí, hay que reconocerle que tenía ideas geniales porque eso de hacer una Revolución desde el poder es único en toda la Historia. Cuando él, su mujer y tres colegas más vieron que el país se les escapaba de las manos, crearon la Guardia Roja, una especie de policía del partido que arrasó el país con la famosa Revolución Cultural, acabando con cualquier cosa que, como la mujer del César, no fuera honesta o no lo pareciera. Por si acaso.

El segundo por un “Dalai Lama: menos premios y más cojones”. Los chinos han despellejado literalmente su pueblo y él se lo mira desde la barrera. En este caso, desde la India donde vive desterrado después de huir del Tibet hará casi 50 años. Una persona de carne y huesos se habría rebelado hasta quedarse sin fuerzas, pero sólo un dios podría aguantar el tipo como lo ha hecho él, pidiendo a sus gentes que pongan la otra mejilla y que tengan fe en que el futuro será mejor. Y así lleva haciéndolo desde que huyó, con nocturnidad y alevosía, mientras todo su pueblo se agolpaba alrededor de Potala, su palacio residencia, para evitar que los chinos pudieran llevárselo. Me gustaría ver la cara que se le quedó a alguno cuando vio que lo que había defendido con su vida era un palacio vacío con cuatro velas. Su argumento, que con eso evitó un baño de sangre aquel día. La realidad es que, con él en el exilio, se calcula a bulto que los chinos han exterminado millón y medio de tibetanos. Imposible ya saber qué hubiera pasado si no hubiera abandonado a los suyos.

Y con esto no quiero criticarlo, ni decir que debería haber combatido físicamente por su país. No. Sólo pienso que hay muchas formas de luchar y que la que uno espera del único dios-vivo que tenemos en la Tierra, se parece más a lo que hizo Gandhi con sus campañas de no-cooperación o sus huelgas de hambre, que no a recoger el Premio Nobel ayer, o la Medalla de Oro del Congreso americano hoy. Imaginaros si la semana pasada, delante del mismo Presidente Bush y en directo para un montón de canales, entre ellos, Telecensura de Peking, el Dalai Lama se hubiera negado a recoger dicho premio, aduciendo que los países occidentales son unos hipócritas al darle con una mano premios al pueblo tibetano y con la otra hacer negocios con la China. O incluso que hubiera ido más allá, anunciando entonces que iba a empezar una huelga de hambre que no finalizaría hasta que la ONU estableciera una mesa de diálogo para solucionar la ocupación de Tibet. Y voy a ser cínico. Tampoco tendría mucho que perder. A lo sumo, unos meses que es lo que tardaría en reencarnarse. Su argumento, que desde esas plataformas puede explicar el sufrimiento de su pueblo. La realidad, que el budismo y su figura están de moda en el Mundo Occidental pero que ni dios sabe lo que está pasando en el Tibet. Y si no, preguntaros a vosotros mismos si de verdad erais conscientes de ello.

¡Claro que soy mucho más duro con él que no con Mao, que fue quién decidió invadir Tibet y cargarse a la mitad de su población! Del diablo, rojo en este caso aunque los hay de todos los colores, no puedes esperar nada. Pero del Dalai Lama, lo esperaba todo. Absolutamente todo menos las sorpresas que me encontré en su propia autobiografía que por vergüenza torera me las guardo. Y lo hago porque me da la gana, no porque un oráculo de 300 años me lo chiva con voz trémula mientras está poseyendo el cuerpo de un monje. ¿Captáis la indirecta?


PS: aunque hay que reconocerle que igual es un pobre desgraciado, que un buen día se despertó siendo dios para los suyos y que esa será su mayor prisión, mucho más que el propio exilio. Esta es la diferencia entre hacerte grande por tus propios méritos o serlo por derecho de nacimiento. A los primeros el mundo se les queda pequeño. A los segundos la corona, divina o real, les va grande. Será porque tienen la cabeza chica.

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