viernes, 19 de octubre de 2007

Prohibido el futuro


Bienvenidos a Hong Kong, bienvenidos al futuro. Si en alguna parte del mundo os podéis sentir como en el siglo XXV es aquí, en Hong Kong, un grupo de islas junto con una pequeña península que los ingleses obtuvieron por la fuerza y a perpetuidad al final de las Guerras del Opio. De hecho, Kowloon, la península, sólo fue cedida en leasing durante 99 años, aunque finalmente ambos gobiernos, el británico y el chino, acordaron que junto con ella sería devuelta la “main island”.

Hong Kong ha sido y es el puerto y la puerta, de entrada y de salida, del Lejano Oriente hacia el resto del Mundo. Como siempre, los meros comerciantes, simples cobradores de peajes a veces, transportistas de mercancías otras, son los que han acumulado mayores riquezas. Lo que es producir, no producen nada. Ellos son especialistas en mover. Productos y capital. Capital y productos. Y así han creado una ciudad donde el dinero también circula a una velocidad vertiginosa. ¿Os podéis imaginar colas de gente en la misma calle para entrar en tiendas como Prada o Versace como si fueran El Corte Inglés el día de rebajas? ¿No? Venid a Hong Kong. Las veréis cada día.

Una mezcla de New York y Montecarlo. El primero por las bandadas de brokers y sus secretarias apresurándose entre rascacielos, fast foods y putas, digo cenas, de lujo para olvidar las penurias del día y las miserias de la noche. Siempre de blanco y negro. Siempre impecables. El segundo por la limitación del espacio. No hay más tierra de la que se ve. Sólo pueden crecer para arriba y hacia el mar y a fe que lo consiguen. Viven, comen, trabajan y duermen en rascacielos. Presumiblemente, también mueren en esos rascacielos. Posiblemente, poco a poco. Sin darse apenas cuenta, aunque vistan siempre de luto continuo, por si acaso, se supone.

Por si acaso también, toda su vida está rellena de prohibiciones. Mind your step. And mind your life, deberían decirles también. Desde nuestro asiento en el ferry, vehículo tan imprescindible en Hong Kong que sólo vale 0,2 euros, podemos leer hasta 8 advertencias o prohibiciones. Todas ellas referentes a un simple viaje de 5 minutos que cientos de miles de Hongkonitas o como se llamen, realizan 2 ó más veces cada día. La peor profesión en Hong Kong es la de suicida. Todos los andenes de metros están cerrados con pantallas. Todos los puentes asegurados con vallas. Todos los terrados cerrados con alarmas.

El futuro puede llegar a ser asquerosamente perfecto y perfectamente aburrido. No podremos fumar. Posiblemente nos acabarán también robando el alcohol. En las autopistas no podremos correr por mucho que queramos porque un chip implantado en nuestro coche lo detendrá automáticamente si pasamos del límite. O lo que es peor, el chip estará implantado en nuestro cerebro y cada vez que rompamos una prohibición o sólo que nos acerquemos al límite, sea de lo que sea, liberará una sustancia que, como la melanina pero al revés, nos producirá una sensación de infelicidad. Seremos personas buenas por obligación. Nos daremos unos a otros los buenos días y dejaremos siempre que sea el otro el que pase primero por la puerta. En definitiva, lo que se dice perfectos lo seremos, pero libres eso ya será otra cosa y de otro siglo. Pasado, claro.

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